sábado, 1 de mayo de 2010

Encerrada en una caja de carton...

Me levanto con una ilusión inexistente y abro los ojos de una forma obligada. Me dirijo hacia la puerta e intento abrirla, pero, como cada día, esta cerrada. Me siento atrapada y lo único que puedo hacer es sentarme sobre la cama y mirar por la ventana. Veo pasar a tanta gente riendo, niños jugando, coches pasando... con una vitalidad que yo no tengo. Lo peor de todo esto es que quizás con el tiempo acabe acostumbrándome a estar así. Hay algo que me controla aun estando encerrada y que no me deja ser yo misma ni siquiera en el poco espacio que tengo. Me siento como una marioneta encerrada en una vieja caja de cartón colocada al borde de la ventana con la que alguien juega para no aburrirse. Dentro de mí existe una mezcla de sentimientos muy diferentes que hacen que me sienta mal en cada momento. No soy dueña de mi vida, no soy feliz, no me siento bien conmigo misma y me duele tener que despertar cada día y darme cuenta que sigo atrapada en esa habitación. A veces siento que corro y escapo de todo eso, que logro abrir la puerta, cortar los hilos que me sujetan y salir, pero entonces es cuando abro los ojos y me doy cuenta de que solo era uno de los miles de sueños que tengo cada día, uno de esos que por unas horas me hacen... ser feliz.

Jamas me iré del todo...

Allá voy, hacia la felicidad o la muerte, lo que el destino decida. Atrapada dentro de un cuerpo lleno de locura que no atiende a razón ninguna. Subo al único barco que queda en ese viejo muelle sin saber qué rumbo tomará y miro hacia fuera diciendo adiós con la mano. Digo adiós a todos aquellos recuerdos, a toda esa vida que tanto me hizo sufrir y a todas las personas a las que quiero y quise. El barco se empieza a mover y poco a poco voy perdiendo de vista tierra firme. Ahora a mi alrededor es todo mar, ahora sólo necesito tiempo para olvidar todos esos recuerdos que tanto daño me hacen, ahora solo me queda esperar a que el rumbo del barco en el cual estoy sea el olvido y todo habrá llegado a su fin. De repente escucho una voz conocida que viene del interior del barco. Entro y le veo a lo lejos:
- ¿Qué haces tú aquí? ¿Por qué estás aquí? Decido irme para no sufrir por ti y poder olvidarte y ahora ¿voy a tener que estar encerrada en el mismo barco que tú? ¡No me lo puedo creer!
- Siento que te moleste tanto que esté aquí, pero no podía dejar que te marcharas, no sin decirte algo antes…
- ¿Y no me lo podías haber dicho antes de que subiera a este barco?
- Lo pensé justo al verte subir, lo siento.
- Bueno, pues a ver dime, ¿Qué es eso tan importante?
- No podía ver como te ibas por mi culpa. No puedo dejar que te vayas porque estés enamorada de mí…
- ¿Por qué? Es lo mejor para los dos ¿no?
- No, es todo lo contrario. Siento haberte hecho daño pero… lo que quería decirte es que ¡te quiero!
- … - me quedé con la boca abierta y comencé a notar que me faltaba el aire.
- Te quiero y eres la persona que hace que todo mi mundo exista. Sin ti no tendría alma y no podría disfrutar de todas las cosas que tiene la vida. Sin ti, dejaría de sentir el sonido de mil gotas cayendo al suelo al mismo tiempo un día de lluvia, el calor de un rayo de luz que se cuela entre las nubes, ese aire húmedo que me llega cuando estamos en la orilla del mar, un escalofrío cuando me acaricias muy despacio, cómo baja el agua fría por mi garganta un día de verano, el frío de la calle con sólo mirar a través del cristal, mariposas dentro del estómago cada vez que te miro, que me brillan los ojos cuando sonríes con aquella canción, que vuelo cuando miro al cielo y veo miles de estrellas. Sin ti, la vida perdería su vida y con ella yo perdería la mía.

Me quedé sin palabras y solo se me ocurrió abrazarle. Teniéndole entre mis brazos me vino a la cabeza esa frase que expresaba lo que sentía. Le solté y dije:
- ¡Ahora soy realmente feliz!